¡Se está acabando mi voluntariado en La Jarilla! Han sido cuatro meses muy intensos y claramente resulta difícil resumir todo en un artículo, por las emociones, actividades y conocimientos adquiridos. IMORA y Plasenzuela se quedarán en mi corazón y por cierto en futuro siempre tendré un recuerdo de lo que aprendí en estos meses.

 

Extremadura es una región llena de vida y belleza. Un tipo particular de belleza, distinto de lo convencional. Aquí hay que buscar las tradiciones escondidas en las costumbres de la gente y de los pueblos olvidados por la modernidad. La preciosidad de la naturaleza y la convivencia del hombre con esa que se ha practicado por siglos surgen por todos los lados si solo te paras a mirar el paisaje, en la sencillez y humildad de la gente y del campo.

Sin dudas, lo que llevaré conmigo serán las anécdotas de la gente (¡que siempre te cuentan con gusto!) que me hicieron entender la forma de la vida local. El campo me hizo valorar las pequeñas cosas que en una vida rápida y desconectada se dan por descontado. Entender los ciclos de la naturaleza te enseña cómo los animales, el medio ambiente, hombres y mujeres, son interdependientes los unos con los otros. Este conocimiento fue una inesperada sorpresa que este voluntariado me trajo.

Durante mi voluntariado se cumplió una  estación entera – el otoño. A través del tiempo se puede percibir como varios elementos cumplen sus ciclos. Por lo tanto, las tareas de cada día rodean entorno a estos cambios. Los proyectos y las actividades se desarrollaron a través de un diseño en permacultura, es decir “permanente”, o sea el cuidado de la gente, de la tierra como ecosistema y el compartir de los recursos. La cosa que más me encantó fue buscar y encontrar varias funciones que pueda tener cualquier cosa que hacemos.

Las tareas que he atendido con mis compañeros han sido miles y más. Ningún día ha sido como el anterior. Saber trabajar siguiendo un “ritmo natural” y dejar una huella mínima al medio ambiente y las personas ha sido una motivación para aprender y disfrutar. Creo  que este voluntariado enriqueció también mi consciencia sobre los cambios climáticos y sociales modernos y cómo están impactando el campo y la vida rural, que a menudo son explotados y desacreditados. El hombre realmente no se ha dado cuenta de que el bienestar de todos depende del equilibrio de la naturaleza.

Ahora estoy aún más convencida de que hay que tomar medidas para enfrentar las amenazas del medio ambiente y volver a la tradición es la mejor forma de acercarse de nuevo a nuestro planeta. Además, podemos fundir nuevas técnicas y sabidurías con las ancestrales para mejorar la vida de los hombres sin hacer daño. Esta experiencia me dio las herramientas para entender esta realidad que espero un día poder compartir y mejorar.

 

Tradiciones como el mantenimiento de los chozos donde estuve viviendo con otros voluntarios. Antiguo apoyo para pastores trashumantes, para construirlos se utilizaban recursos del territorio y al mismo tiempo era una medida para cuidarlo. O como el tratamiento de la cal. Antiguamente un trabajo de mujeres para proteger las casas de la humedad y el calor. Se trata de un oficio casi olvidado que va resurgiendo poco a poco por su propiedades beneficiosas y naturales que no impactan el medio ambiente y sin crear residuos.

Yo, Freya y el dumper lleno de leña! Cortar leña podando a los arboles  también es una manera más rápida de cerrar los ciclos del bosque creando materia orgánica para el suelo y al mismo tiempo recogiendo nuestra propia calefacción.

 

Ahora me doy cuenta de cuanto se puede aprender sobre nuestras capacidades y nuestro lugar y crecer en el campo, practicando sostenibilidad, que hay que descubrir poco a poco en el diseño de la naturaleza.

Eleonora

 

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