Hace unos pocos días dimos por concluida la campaña de la aceituna con la poda del último olivo.

Habiendo sido empezada en noviembre y acabada ahora, a mediados de febrero, ha sido para mí la actividad de mayor trascendencia realizada en todo lo que llevo de voluntariado, así como la que más me ha cautivado. La campaña, que podríamos llamar ciclo, se inició a principios de noviembre.

La recogida de las primeras aceitunas en esta época ahora se me hace muy distante, puesto que mi falta de técnica y capacidad hicieron que fuera una actividad mentalmente muy diferente a lo que sería más tarde, y porque además compartí este trabajo junto con voluntarios que hace tiempo que se marcharon. Sin embargo desde ese primer momento hubo elementos que se han repetido desde entonces.

El sonido de las aceitunas retumbando en el cubo al caer, ver a Toño subido a 6 metros en el árbol y la sensación física de ramas de olivos dándote en el cuerpo son las percepciones que más me vienen ala mente al pensar en esos días de trabajo.

Pero ahora veo que lo clave en esos primeros momentos fue para mi el inicio inconsciente de mi aprendizaje. Poco a poco y cada día iba interiorizando en mi mente todas las particularidades de cada zona del árbol, observando sus fases de crecimiento a través de la comparación, entendiendo la formación de las ramas y las aceitunas, adentrándome en la cuestión social de la aceituna y el aceite en Extremadura y sabiendo el por qué de las distintas técnicas empleadas para tratar al olivo.

Así fue avanzando hasta que a mediados de diciembre dimos por terminada la recolección de las aceitunas, habiendo logrado más de mil kilos con varias decenas de olivos. Fue tras de ello que comenzó la segunda fase del ciclo, la poda, el momento en que para mi alcanzó el trabajo en el olivo una enorme trascendencia que me ha llenado de pasión.

Mi trabajo en la poda fue fundamentalmente en el olivar de La Horca, que está siendo retomado tras décadas de abandono, con olivos de gran longevidad. En este lugares donde he aprendido en buena medida a trabajar solo, de manera independiente, con una tranquilidad que solo te la da sumergirte a solas y en silencio la tarea que se debe realizar con absoluta concentración, en una coordinación perfecta entre la mente y los músculos. Podar el olivo consiste en cortar las ramas con el fin de ayudar o estimular la producción y recolección de las aceitunas.

Esto significa que se deben cortar las ramas indicadas y que un mal criterio puede llevar a acabar con ramas convenientes, dañar excesivamente al árbol o directamente a matarlo. Por ello, encarar al olivo que se va apodar exige una labor de observación por todos los ángulos, tomando en cuenta el Sol, la orientación del crecimiento de cada parte, su altura, las ramas en su conjunto y la salud del árbol.

Tras esto el esfuerzo manual de la sierra comienza a dar forma, clareando la zona interior, rebajando la talla del olivo y eliminando cualquier pequeña rama que afecte a una rama mayor en buen estado. A medida que fui avanzando en el trabajo me percaté de todo el ciclo del que estaba formando parte, gestándose en mi cabeza la idea de orden y armonía que emanaba de aquel olivar.

En un principio, en noviembre, podía pensar en una relación bidireccional de mutualismo en la que nosotros estimulábamos al árbol a producir aportándole buena tierra y poda a cambio de lograr aceitunas. Sin embargo la complejidad de las relaciones en La Horca es inmensa. Una red y un ciclo de energía que no tiene un centro, ni en nuestro trabajo ni en el propio olivo, sino que solo se entiende como gran relación de elementos. Empezando por el propio olivo, cuya existencia en mi opinión no puede entenderse sino como un super organismo que funciona a modo de colmena, con cada parte cumpliendo una función ordenada y coordinada, y en la que no hay ningún centro que no pueda ser sacrificado por el bien del conjunto.

Entendiendo esto pude comenzar a podar con mayor soltura. Con el acto de la poda generábamos además una importante cantidad de materia orgánica, la cual fue colocada a modo de barrera en puntos estratégicos en los que el aguase concentra, haciendo que se acumule en dichos lugares a modo de obstáculo logrando con ello que más agua se vaya a infiltrar en el suelo.

Estos mismos restos han creado un acolchado y una protección que estimula a la vida a generarse bajo ellos, y cobran una importancia aún mayor a través de un tercer elemento, las ovejas, las cuales según he observado tienen una especial predilección por las hojas de olivo. El rebaño a través de los excrementos y el orín devuelven la materia orgánica digerida en formas más concentradas y complejas, y ayudan a integrar materia orgánica al suelo a través de sus pezuñas. Mediante el mejoramiento del suelo el olivo se fortalece y generará en el futuro más restos vegetales, en cuyo desarrollo también participan otro tipo de animales como los insectos o las aves.

Estas últimas ingieren algunas de las aceitunas contribuyendo también con sus excrementos a mejorar la fertilidad del suelo, inclusive construyendo sus nidos sobre los árboles como hemos observado en varios olivos. Creo que nunca olvidaré al tío de Toño diciéndome que siempre hay que dejar algunas aceitunas en los árboles para ellos. En esta asociación compleja de humanos, animales, plantas, hongos, insectos y microbiología es donde el proceso toma una forma que rebasa el marco de los meros elementos individuales. Pero con todo ello el elemento más importante para nosotros es, lógicamente, la aceituna. Con nuestro trabajo hemos inducido al olivo a una perturbación estratégica que le hace producir más fruto, logrando con ello un rendimiento por el que hacemos el trabajo. En parte se debe de entender el aceite como motor energético por el que nuestro esfuerzo se realiza.

Pero aquí el ciclo es rebasado, puesto que no se puede entender como energía el gozo del aceite en el pan o el ganarse a los padres de tu novia regalándoles una botella. Sin embargo, al contemplar estos antiguos y retorcidos olivos lamente me lleva a pensar sobre toda la gente que ha trabajado aquí antes que nosotros, y en cómo el proceso será repetido generación tras generación, más o menos abandonados, con más o menos aceitunas, en un brotar y regenerar constante de formas de vida las cuales contribuirán al proceso.

Cada persona que ha trabajado en ellos se ha podido considerar el centro del ciclo, pero solo desde la perspectiva del conjunto colectivo está el verdadero sentido, en un camino más largo y sublime que nuestros nombres e identidades. Que nuestro trabajo como voluntarios contribuya y aporte sin mayor motivación que andar el camino.

– Teo –

 

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