Pasaron siete meses y llegó el momento de despedirse de La Jarilla para Agnese. Llegó a junio con pocas expectativas, pero con la esperanza de aprender más sobre la autosuficiencia y la permacultura:

“Cuando llegué aquí, solo quería ir con la corriente. Quería aprender cómo cultivar cosas en el jardín y cómo conservar los alimentos. Quizá esperaba comenzar algo en la tierra de mi abuela en Letonia, y esperaba aprender a hacerlo con este proyecto. Quería vivir una vida sencilla y ser autosuficiente”, cuenta.

Aunque Agnese no tenía muchas expectativas antes de ir a La Jarilla, igual se sorprendió cuando llegó en pleno verano. Todo estaba seco y el calor era una locura, explica:

“No esperaba que fuera tan difícil adaptarse al clima y la cultura. Cuando vine aquí en verano hacía mucho calor y estaba muy cansada. Sabía que sería verano y que haría calor, pero no sabía que iba a ser tan difícil”.

Y la transición cultural de la gran ciudad a un pueblo en medio de Extremadura también fue una de las nuevas experiencias para Agnese, que anteriormente había trabajado con la conservación de metales en Riga.

»Mi trabajo en Riga no era saludable. Usamos muchos químicos, e incluso si usas protección, lo sientes en tu piel. Trabajábamos todo el día con productos químicos y no era bueno para mi salud”, explica.

Debido a su trabajo y al estilo de vida en la ciudad, estaba ansiosa por encontrar un proyecto que tuviera la naturaleza en el centro y donde pudiera alejarse del ajetreo de la ciudad, cuenta:

“Generalmente funciono mejor con menos gente. No me gusta estar en las grandes ciudades, no me gusta su contaminación y la mentalidad consumista. Eso también es lo que me gusta de este proyecto, que está un poco alejado de esa parte de la sociedad”.

Sin embargo, admite que algunos días puede ser difícil acostumbrarse a la tranquilidad del campo:

“Extraño especialmente visitar exposiciones y museos, lo cual hice mucho en Riga. Entonces, extraño la parte cultural, y solo por ejemplo ir al cine. Aquí no se puede ser espontáneo, no hay muchas cosas que hacer”.

Pero aprender a vivir de una forma más sencilla y sostenible forma parte del proyecto. En La Jarilla pudo cultivar y comer vegetales orgánicos que no podrían ser más locales:

“Casi todo lo que comemos proviene del jardín: comemos nuestros propios calabacines, tomates, calabazas, etc.”

Y no solo verduras: “También elaboramos nuestros propios productos como el queso y el pan”, explica.

Cultivar su propia comida durante siete meses le permitió adquirir conocimientos sobre permacultura, una forma eficiente y orgánica de cultivar vegetales que realmente le interesó:

“Descubrí que hay mucho más sobre permacultura de lo que sabía. Aprendí sobre biofertilizantes, compost, plantas complementarias, reconociendo las semillas, etc.”

Sin embargo, ser parte de este voluntariado la ayudó a aumentar sus habilidades, también fue una buena oportunidad para descubrir España durante su tiempo libre:

“Me gustó mucho Granada y Córdoba. Me gustó el clima y el ambiente. Hay mucha gente joven y todos están muy relajados y sonrientes”.

Y también el país vecino: “A mí también me gustó mucho Portugal, fui a Oporto y Lisboa y allí me sentí como en casa. Además, fuimos a un festival ecológico en Portugal y lo pasé muy bien”.

Su viaje en Extremadura ya terminó, después de siete meses de descubrir nuevas culturas, experimentar el estilo de vida simple del campo, adquirir nuevas habilidades y, por supuesto, conocer gente nueva.

¡Todo lo mejor para ella y sus proyectos en Letonia!

Reconocer los proyectos del Cuerpo Europeo de Solidaridad financiados por la Comisión Europea, para los cuales Agnese podría disfrutar de esta oportunidad.

 

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